En Lima, Celendín, Miraflores, Choloque, Leymebamba, Chachapoyas, Rodríguez de Mendoza, Nueva Esperanza, Nuevo Chirimoto, Huambo, Sorochuco, hemos encontrado un montón de personas que nos han acogido como si estuviéramos en nuestra casa. De hecho, nos han hecho sentir que estábamos en nuestra casa. Una vez más hemos sentido que hay una forma de vivir el Evangelio que invita a tener casas y comunidades siempre abiertas donde el extraño y extranjero tiene siempre un lugar privilegiado, desarrollando de esta forma la filiación divina que nos hace a todos iguales y hermanos, hijos de un mismo Padre.
Sólo puedo agradecer al Padre el encuentro con tantas personas buenas que nos han acogido. Agradecer cada beso y abrazo, cada sonrisa, cada conversación, cada plato de comida o vaso de café, en ellos he sentido ese Padre que nos cuida a todos y que nos invita a vivir confiados en su Providencia.
Una invitación a estar atentos a todas las personas que a nuestro alrededor necesitan de nuestra acogida y compañía, a desarrollar una acogida sencilla, alegre, en la que se comparte todo lo que somos y tenemos.
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