El viaje comenzaba con una invitación a la contemplación, pasaba la noche en el aeropuerto, ya que salía en la madrugada y pronto advertí que un señor musulmán desplegaba su alfombra para rezar, recordaba aquel texto, que descubrí en un encuentro de universitarios católicos, del libro del Éxodo, cuando le dice Dios a Moisés:
“No te acerques. Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado” Ex 3, 5
El hecho de cambiar de lugar de residencia, de modificar los hábitos de todo tipo, de vivir en situaciones que no son normales, de adentrarnos en las realdiades de pobreza, hacen que la presencia de Dios sea aun más evidente El viaje ha sido rico en estas experiencias de encuentro, tanto por las personas que nos hemos encontrado, como por las condiciones que hemos intentado cuidar: hemos tenido oportunidad para pararnos a leer en creyente tanto lo que cada uno íbamos viviendo como para compartirlo en el grupo de personas que fuimos desde España. Hemos celebrado la Eucaristía con diferentes comunidades, tanto de la ciudad como en zonas rurales, redescubriendo en ella un sacramento que nos hace a todos iguales por el amor de Dios, que nos permite sentarnos en una misma mesa a personas muy distintas y que nos invita a vivir en una constante acción de gracias al Padre por todo lo que nos ha regalado.
Sólo puede considerarme privilegiado por el placer de notar la presencia del Padre, que se hace el encontradizo conmigo, que se manifiesta en tantas personas y circunstancias y que me anima a no desfallecer.
Quizás esa sería una de las primeras enseñanzas del viaje, resulta necesario pararse aun más para descubrir cuál es la presencia de Dios a nuestro alrededor, cuál es su plan para nosotros.
Le pido, en este inicio de curso, que me dé la suficiente paciencia y confianza para poder disfrutar de todo lo que me regala cada día en mi vida. Ojala, siga siendo sensible a esa presencia en los hermanos, en su Palabra y en el sacramento de la Eucaristía.
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