Una de las cosas que aprendimos en los cursos
prematrimoniales fue que el sacramento del matrimonio no es un sacramento
puntual, sino que el día de la boda, es el comienzo del sacramento.
Dios, que se encarga de mostrarnos con la vida aquello que
más nos conviene, deseó que el expediente eclesiástico estuviera incompleto
para poder tomar conciencia de este hecho. Ayer 31 de Julio el expediente fue
completado. Hace falta cuidar, dedicar tiempo, acompasar, convivir, para hacer
del sacramento un verdadero matrimonio cristiano.
Por eso ahora, cuando han pasado 6 meses del día de la boda,
en los que hemos tenido tiempo para
pasar por el corazón, para recordar, para rememorar, para poner nombre a tantas
emociones que se mezclaban en esos días, es cuando queremos compartir con
vosotros nuestros recuerdos de aquel día.
Lo primero que surge en nosotros es un sentimiento de
agradecimiento por tantos que colaboraron con la preparación de la boda. Los
meses previos estuvieron caracterizados por la vorágine de la organización;
deseábamos que todos se sintieran cómodos, acogidos. Contamos en esta
preparación con la ayuda de muchos amigos, de la familia. Ellos hicieron
posible que fuera un día inolvidable para nosotros. En el fondo, el día de la
boda es un momento tremendamente especial para los dos contrayentes.
Acudimos al templo con una intensa ilusión y nerviosismo,
sabiendo que el paso que íbamos a dar es para toda la vida y que es aquello que
más nos ilusiona en nuestras vidas. Celebramos creyentemente el amor que nos
tenemos y el amor que Dios nos tiene y que se manifiesta en el uno para el otro
cada día. Agradecemos a Pepe su homilía, tan acertada, tan “nuestra”, a los que
colaboraron en el desarrollo de la celebración, la música, el diseño y
elaboración de los dípticos de los cantos, la preparación de las monición de
entrada, la oración de los fieles, quien dispuso todo para que estuviera
colocado y ornamentado en su momento. Dios que se hace presente en cada
instante también estuvo, como testigo y artífice de nuestro amor, dándonos y
regalándonos su Palabra, mostrándonos un ejemplo en el amor que Jesús nos tiene;
no podía faltar la Eucaristía. Deseamos hacer de nuestro matrimonio una
Eucaristía, una entrega en acción de gracias del uno para el otro, y un cáliz y
una patena, con nuestros nombres grabados, son símbolo de este deseo que hable también de ese Dios que se hace
carne y se entrega por todos y cada uno de nosotros.
Y de la Misa a la mesa, el Jesús en el que creemos es el
Dios de la alegría, de la bienaventuranza, por eso disfrutamos también de la
celebración y la comida compartida, no faltó el jamón extremeño, ni los sabores
andaluces, el cariño y afecto de tantos, los abrazos, los besos, las fotos, los
momentos de nervios, ¡incluso hubo el baile de los novios! Las conversaciones
con algunos, la sensación de que todo pasaba muy rápido, pero que nos quedaba
toda la vida para seguir compartiendo la Vida, para disfrutar de cada instante,
de cada momento en la confianza y seguridad de que tenemos muchísimas personas
que nos quieren mucho.
El viaje de novios también fue una experiencia alegre y
feliz. Una nueva oportunidad para cruzando el océano, conocer nuevos lugares,
nuevos paisajes, y sobre todo convivir, contemplar y descansar. Por nuestras
circunstancias particulares pasar todo el tiempo que podemos juntos es un
regalo, la convivencia, la complicidad de estos días fueron uno de los mejores
regalo de la boda. Contemplar la naturaleza que se nos regala, los animales,
las plantas, esos maravillosos ecosistemas que hay en Costa Rica, descubrir una
vez más como resulta fundamental afinar la mirada para descubrir lo realmente
novedoso y excepcional. En muchas ocasiones los animales, las plantas más
bellas pasaban desapercibidas para nuestros ojos, la ayuda del guía que nos
invitaba a ver más allá, a fijarnos en la rama escondida donde aparecía el
tucán. Al igual que en la vida, resulta fundamental estar con los ojos bien
abiertos, para ver en profundidad, sin quedarnos en la superficie. Y también fue
tiempo para descansar, vivimos en la “sociedad del cansancio” y tener un tiempo
para descansar, para no pensar en exceso, para desconectar del trabajo e
incluso de internet es un verdadero regalo, porque nos ayuda a comprender los
dones que en la vida se nos regala.
Durante estos seis meses seguimos gozando con el regalo que
se nos ha dado, con la alegría de poder sentirnos queridos de forma
incondicional por el otro y de poder hacer camino juntos, junto a otros, en la Iglesia.
Disfrutando del presente y con la mirada puesta en el horizonte, abiertos a la
vida que se nos regala en cada instante, en cada momento, en cada persona.
Por todo ello, sólo surge en nosotros un agradecimiento
profundo, y un deseo de seguir siendo y haciéndonos felices el uno al otro y a
aquellos que tanto nos quieren. El camino, está claro, un amor, sin medidas,
incondicional, servicial y gratuito. GRACIAS.
Nos casamos el 31 de Enero, festividad de S. Juan Bosco, y
ayer 31 de Julio, festividad de S. Ignacio de Loyola, se completó el expediente
eclesiástico; a estos dos santos nos encomendamos.